“Greatest Hits Tour
2012” es el nombre de la gira que hacía posible la cuarta visita a Chile del
carismático y excéntrico Scott Weiland, donde prometía un show repasando los
grandes éxitos de Stone Temple Pilots, Velvet Revolver y su carrera como solista.
Para el incombustible músico californiano era la primera presentación en
solitario en nuestras tierras y las expectativas no eran menores, con un
envidiable catalogo de éxitos, que son el vivo testimonio de fructíferas dos
décadas de trayectoria, además del carácter íntimo que propone el Teatro La
Cúpula, recinto escogido para albergar la incursión del frontman. Con el recuerdo aún fresco del último concierto de STP en
el marco del Maquinaria Festival 2011, en donde muchos criticaron las falencias
vocales de Weiland, el icónico cantante volvía al país para dilucidar cualquier duda respecto
a la vigencia de su figura y dejar en claro que sigue siendo uno de los
eslabones fundamentales en la historia del rock.
Los teloneros y
encargados de calentar el ambiente, fueron los nacionales de Prefiero
Fernández, una banda relativamente joven, con tal solo seis años de trayectoria
y que acaba de editar su tercer álbum de estudio: “Días De Noche”. En un poco menos
de 30 minutos, el cuarteto propuso un show atractivo, fundamentado principalmente
en un repertorio potente y dinámico, con algunos tintes de hard rock. Siendo las 22:20 hrs. las luces del teatro se apagan,
desatando el delirio y la ovación de los casi 1.000 fanáticos que se dieron
cita en el recinto del Parque O’Higgins. Los primeros en ingresar son los
cuatro músicos que acompañan a Weiland, y acto seguida la delgada figura del
vocalista aparece en el escenario, siendo recibido de inmediato por una lluvia
de aplausos que se extiende por todo el lugar.
La introducción del
show llega de la mano de un jam de
apertura, donde cada uno de los músicos despliega sus credenciales y en donde
Weiland repite incesantemente la frase “come
on everybody”, mientras ofrece curiosos pasos de baile. El vocalista toma
el megáfono y comienza a sonar toda la potencia de “Crackerman”, evidenciándose
de inmediato una voz débil y gastada, y donde la presencia del megáfono ensucia
aun más la interpretación. Comienza a sonar la melodía mucho más lenta y
relajada de “Paralysis”, y el
público no logra entrar en sintonía con la banda, en base a una actitud
principalmente pasiva que hace que el corte pase sin pena ni gloria. Comienzan
a sonar los primeros acordes de “Killing Me Sweetly” y el cliché de que somos
los mejores fanáticos del mundo enciende el recinto por un par de segundos,
energía que rápidamente se diluye para caer presa de un ritmo poco dinámico y
donde solo destacan breves atisbos de la exquisita voz del Weiland de los
noventa. En “Tumble In The Rough” la batería golpea con fuerza, y en conjunto
con potentes secuencias de cuerdas logran inyectar intensidad al ambiente, lo
que juega en contra del vocalista, cuya voz no logra sobresalir por sobre los
instrumentos, inclusive perdiéndose en algunos pasajes.
El frontman presenta el tema “Mockingbird Girl”,
indicando que formó parte de la banda sonora de la película “Tank Girl” (1995),
y que fue grabada por otra de sus bandas: The Magnificent Bastards. Por lejos
la mejor interpretación en lo que va corrido del evento, con una banda mucho
más comprometida con el público, ofreciendo solidas secuencias de guitarra,
plagadas de precisos y bien ejecutados
licks. Por su parte un energético Weiland se da el lujo de mostrar algo de
sus habilidades con el timbal y el theremin.
En “Lounge Fly” la poca fuerza de la voz vuelve a transformarse en el tema pendiente,
y el desinhibido baile no basta para capturar la atención de los fanáticos. El
público continúa sin salir de su letargo para cuando suena “First Kiss On Mars”, que
sin presentar ripios solo logra robar unos tímidos aplausos de parte de la
audiencia. El vocalista cita a Frank Sinatra, uno de sus grandes referentes,
para hablar de las diferencias de interpretación. El ritmo del bajo marca el
comienzo de “Do It For The Kids”, y el show comienza a tomar vuelo, con un puñado de fanáticos
saltando al compás de la canción. Uno de los puntos más altos de la velada en
lo que ha intensidad se refiere.
“California” ofrece
una nueva sesión de improvisación, en donde lo que más llama la atención es el
atractivo baile de Scott Weiland, perfectamente adornado por luces azules que
caen sobre el escenario. Justo cuando el tema amenaza con caer en pozo de
aburrimiento, la fuerza y energía de “Mountain Song”, cover de los angelinos de Jane’s
Addiction, irrumpe con mucha propiedad para subir las revoluciones. Siguiendo
la línea de las versiones llega el turno de “Can't Stand Me Now”, original de los británicos de
The Libertines, en donde las voces se comparten entre el bajista y el
vocalista, quedando en evidencia poca química entre ambos, lo que repercute en
la calidad de la interpretación, sonando casi como un mal intento de un
aficionado al karaoke. Uno de los puntos más emotivos de la noche lo
ofrece la hermosa puesta en escena de “Barbarella”, que se presenta un poco más potente
que en su versión original. Weiland no teme interpretar una estrofa a capela,
acción que de inmediato se ve recompensada con el apoyo espontáneo del público,
que agradece el esfuerzo. La banda se retira del escenario entre los aplausos
de los fieles seguidores.
El recinto se llena
de canticos, silbidos y gritos que piden el retorno del músico al escenario, no
tarda en aparecer el clásico “Olé, olé,
olé, olé…Weiland, Weiland”, ingrediente suficiente para que los cinco
artistas vuelvan para continuar el show. Weiland interpreta su propia versión
del tema utilizado para llamarlo, indicando que no se la sabe muy bien, pero
que está improvisando. Comienza a sonar toda la potencia de “Vasoline” y las revoluciones se elevan, con un
público que se evidencia mucho más entregado que todo el resto de la
presentación, saltando y entonando cada una de las líneas del tema. De la mano
de los intensos primeros acordes de la guitarra, llega el turno de “Unglued”,
manteniendo en alto la participación de los fanáticos. El vocalista recorre
todo el escenario, entregándose por completo al baile que es guiado por la
acelerada melodía, y generando al fin, esa sensación de complicidad con sus
seguidores. Una cerrada ovación retumba
en todo el teatro y todos los músicos se desploman en el escenario, a excepción
del baterista que se mantiene sentado frente a su instrumento, el cual no dura
mucho de pie, ya que es el mismo Weiland quien se encarga de desparramarlo por
el suelo. “Muchas gracias, buenas noches”
son las últimas palabras del carismático frontman antes de retirarse de escena en medio de un mar de aplausos,
lo que inevitablemente despierta la interrogante del porqué solo las dos
últimas canciones estuvieron a la altura de las circunstancias.
Durante 90 minutos
la voz de Scott Weiland resonó en cada rincón del Teatro La Cúpula, quizás no
con la misma vitalidad y claridad de hace 20 años, pero sin con la fuerza y
convicción de un sobreviviente, una figura que perfectamente nos podría haber
abandonado a la mitad del camino repleto de vicios que ofrece la fama, pero que
optó por luchar y superar barreras que a muchos otros han frenado. El frontman ofreció un setlist mixto, con una
mayor presencia de los éxitos de su etapa con Stone Temple Pilots y en menor
medida de su carrera como solista. Es probable que no todos los fanáticos hayan
quedado conformes con la selección de las canciones, lo que resulta bastante lógico
cuando se tienen tantos buenos cortes desde donde echar mano y un tiempo tan
acotado para presentarlos.
Lo que a priori se
visualizaba como uno de los buenos shows de este 2012 no logró cumplir con las
expectativas, fenómeno que tiene su explicación en dos grandes factores:
primero, los fanáticos no respondieron a la convocatoria, ofreciendo un marco
de público muy por debajo de lo que se merece un artista de la talla de Scott
Weiland, y segundo, la baja calidad del espectáculo, con un protagonista evidenciando
serios problemas vocales, y una banda que durante largos pasajes del concierto
no logró entrar en sintonía con el frontman
y mucho menos con el público, funcionando de forma autónoma y no en
beneficio de la presentación. Al momento de realizar el análisis final del
concierto, lo más probable es que la opinión generalizada sea de
insatisfacción, no tanto por la selección de los temas, sino por la poca
energía y casi nula emotividad que se generó en el Teatro La Cúpula. Que
tiempos aquellos cuando solo bastaba un nombre y un par de éxitos para echarse
el público al bolsillo, pero los tiempos han cambiado, y ahora también es
necesario ratificar los pergaminos, algo que esta noche no se hizo…será para la
próxima Scott.
Setlist
1. Intro (Opening Jam)
2. Crackerman
3. Paralysis
4. Killing Me
Sweetly
5. Tumble In The
Rough
6. Mockingbird
Girl
7. Lounge Fly
8. First Kiss
On Mars
9. Do It For
The Kids
10. California
11. Mountain
Song (cover de Jane's Addiction)
12. Can't Stand
Me Now (cover de The Libertines)
13. Barbarella
14. Vasoline
15. Unglued
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